Doce años debió esperar el mundo para ser testigo de una nueva Copa del Mundo. Mirando a la distancia, seguramente, esos años no fueron en vano. Brasil 1950 no fue un Mundial más. La hazaña uruguaya que pasó a la historia como el “Maracanazo” fue el giro que nadie esperaba. Los locales no dudaban, la copa ya era de ellos. La realidad es que los visitantes tampoco dudaban, serían segundos. Al menos eso pensaba la mayoría, salvo esos once héroes que escribieron las páginas más doradas del fútbol charrúa. Eran más de 200 mil las personas que colmaban el flamante Maracaná. Las calles eran puro carnaval. La alegría era sólo brasilera. Hasta con el empate se coronaban campeones. No se podía escapar. Todo estaba en su lugar en el momento indicado.
A los 47 minutos Friaça marcó para Brasil. Ganaban 1 a 0. Ya estaba escrito. La fiesta estaba asegurada. Inesperadamente todo cambio casi en un abrir y cerrar de ojos. “Los de afuera son de palo”, inmortalizó el gigante Obdulio Varela. A los 66’ Schiaffino puso el empate que poco servía hasta el momento. Trece minutos después, a los 79’, Ghiggia puso cifras definitivas a lo que se transformó en uno de los mitos más recordados de la historia de los Mundiales. Años más tarde Ghiggia le declaró un periodista brasilero: "El Maracaná lo silencieron tres personas; el Papa, Frank Sinatra y yo". Suena soberbio pero así fue. Faltaban sólo once minutos y el estadio cada vez era más mudo. Pasaron esos minutos. El pitazo que decretó el final aturdió a todo el publo brasilero. Ya nada se podía cambiar.
Monumento a los campeones del Mundial de Brasil 1950
La tragedia se adueño de Brasil. En cambio, la alegría inundó al pueblo uruguayo. Ese día, el 16 de julio de 1950, fue la última vez que la selección brasilera utilizó la camiseta blanca. Dijeron que era mufa. Luego de ese partido nació la verdeamarela que sin dudas cambió el rumbo pero no pudo volver el tiempo atrás y disputar nuevamente aquel partido. Los jugadores uruguayos fueron recibidos como lo que realmente pasaron a ser tras ese encuentro, héroes. Años más tarde se levantó un monumento a los campeones de aquel Mundial.
La espina ya está clavada muy adentro del pueblo carioca. Ni enfrentándose nuevamente en una final, tal vez dentro de cinco años en Brasil 2014, se podrá curar esa herida. Nada ni nadie podrá cambiar lo que ya estaba escrito.
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